Quevedo

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PULSA SOBRE LA IMAGEN (GLOG)

martes, 25 de noviembre de 2014

Palimpsesto del viento

Era la primera versión del viento aquella que barrió las raíces de Antioquía. Presentábase bajo la sensual apariencia de una suripanta cubierta de tules de miel e iracundia, como si tal combinación forjase la armazón herrumbrosa de la pasión que deja escombros. De la segunda versión del viento solo quedaban cuatro versos mal compuestos de un madrigal y un cosante, escondidos en las alforjas de un tratante en vinos en las tierras borrachas de los viñedos murcianos. El viento se parapetó más tarde en la cuarta versión mal llamada por algunos apócrifa: la del mentidero cerril de la parrilla telesiva, en la que un falso invidente leía las noticias de actualidad con la misma procacidad pueril de un animalillo salvaje en celo (palabras que se deslizaban en búsqueda de un significado para liberarse del cruel sino de la perfidia y la maledicencia, oh hado oh vergüenza oh maldita perversidad del que aterroriza con la más más más sedienta venganza, con la palabra galana de la mentira). El último viento en versión naïf repitió lugares comunes en hartura idiota de timbre circundante: dejà vu, quid pro quo, bla bla bla. Cada viento pintaba la miseria de un mundo tenebroso, barrocamente espurio, livianamente barroco. Oh, sí, sí, universo de vientos, de habladurías, de mediocridad, de sibilinas frentes hipócritas bajo sonrisas de bondad, bajo dientes que esconden espíritus en retaguardia, en decadencia (si procediese, dado el caso de que nunca meta coronaron, ningún mérito atesoraron, ninguna honestidad cultivaron). Todos los vientos en uno, confundidos, pasearon las hojas por el cemento, reordenando la estulticia de la intemperie.