Quevedo

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lunes, 12 de septiembre de 2011

Amuleto

Amuleto de vida y gracia es la obra homónima de Bolaño. La madre de todos los poetas mejicanos, extraña apátrida de supuesta filiación uruguaya y de vínculos emocionales con el centro del continente doliente, se desdibuja al mismo compás que los reflejos acuosos de la luna en el baño de la facultad de Letras. Sus recuerdos en aquella pesarosa espera, mientras el ejército mancillaba la libertad universitaria que casi parecía intocable, se confunden en un remolino en el que el tiempo, como se dice en ráfagas fugaces pero certeras, no vale nada pese que a que quiere disfrazarse de valor a plomo: es difusa la aparición de la mujer en DF, y difusos son sus recuerdos entre migas de cristales rotos en los que se reflejan un León Felipe (más estampa del canon que carne viva), la fantasmagórica pintora catalana que por presencia incorpórea ya no nombramos, los vates en aspiración perpetua aunque sea en el sórdido mundo de la prostitución. Como la narradora deambulante y perdida, el lector se arrastra en la marea de recuerdos, confundidos en una saciedad extrema. Presente, pasado y futuro no importan, porque recordemos que el tiempo es un instumento endeble, y por ello mismo la madre de los poetas parece encarnarse en un tótem. AMULETO, la novela de Bolaño, es un goce de palabras, por la digna expansión de las descripciones tumultuosas: el mundo universitario, los aspirantes al trono de la literatura, los consagrados que pasean como sombras, el Méjico contradictorio y dolido, la vida que va y viene como esos párrafos que se dilatan. La leí hace tiempo; la leo de nuevo. Y pienso en la sombra de Bolaño, un cuerpo diluido demasiado pronto, y una huella que crece sin freno.