Quevedo

Quevedo
PULSA SOBRE LA IMAGEN (GLOG)

martes, 15 de marzo de 2011

El arte, y otras "menudencias"

Hoy he pensado en una estampa cotidiana, que puede pasar en cualquier exhibición de arte de cualquier parte de este nuestro caótico mundo. La imagen ofrece un latido descompasado con viandantes en una sala. Con talante aquiescente, contemplan la enésima obra de talante pseudovanguardista en la exposición de tal o cual categoría, tal o cual entidad, que visitan. Y los viandantes observan con interés obras que escasamente entienden (no tienen por qué). El arte, en su inefabilidad caprichosa, fabrica expertos titiriteros y marchantes mercachifles que campan con lustre parejos a los que han dejado su piel para entender y analizar ¡y descubrir! qué demonios constituye una obra de arte. El avituallamiento excesivo que las instituciones promueven de objetos de diferente tipo, en una afán de tesaurización atrabiliaria y depauperada, conduce a que se creen almacenes de objetos de apariencia chocante (cuanto más, mejor), de interpretación casi imposible (si totalmente ininteligible, perfecto) y un proceso de elaboración perfectamente oculto para que nadie image el grado de alcance de ese acto de maestría o esa nefanda estafa. Al caso: decía Simmel que en el dualismo del sujeto-objeto (en el que el primero aspira y busca, hasta asimilar, al segundo) se encuentra el meollo de lo que el arte entraña. Un camino que supone un encuentro de uno mismo en el que en se pueden desarrollarse multiplicidad de sensaciones, empapando con una comunicación fluida nuestro estado anímico. Un dualismo rico, plurar, multiforme y multivocal. Y con eso quedo. Con la sensación de que arte sea algo individual e inalienable, personal e íntimo. Y ahí se dará la paradoja de que admiremos aquello que un crítico ha tachado de engendro. Lo admiraremos tan íntimamente que nos dará igual pensar que vivimos en una continua efusión de creatividad combinada con grandes dosis de embauco y mediocridad. Pero no pasará nada. Porque nadie nos quitará el sentimiento único de satisfacción al masticar la imagen de lo que nos gusta: sea un cuadro de una tienda de todo a 100 (descansen en paz), la bailarina de flamenco en prejubilación ante el auge de las teles planas, la novela de vaqueros de cien pesetas (para nuevas generaciones on the ground, 60 céntimos), o una pieza de Wagner, o un artificio de Dalí o una genialidad de Rodin . Allá cada uno. Y que cada uno lo disfrute.