Quevedo

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PULSA SOBRE LA IMAGEN (GLOG)

miércoles, 2 de marzo de 2011

Sobre simuladores y demás artistas del engaño

Simuladores del arte, mercachifles de cuarta categoría, artífices del engaño más perfeccionado o la imitación pobre y prosaica; la literatura nos ofrece todo un mundo de impostura, un universo de falsarios y expertos en el engaño que convierten la palabra en la herramienta perfecta para la simulación. Releyendo Falsarios y críticos de Anthony Grafton se me plantean las miserias y grandezas del arte (sí, en parte arte, en tanto técnica que puede alcanzar límites graciosos de depuración) del engaño. Impostores más o menos sagaces, con fines políticos como Solón, espirituales (en la búsqueda inefable del adoctrinamiento) como los órficos, de mecenas de una autocomplacencia o culto impenintente hacia una idea imposible (la Carta de Aristeas a Filócrates, Filón de Biblos, Antonio de Viterbo...). Crápulas de la palabra constructores de su propio dogma, dígase el sacerdote Meyranesio para mayor gracia de apostasías de diferente calado. Simulación que ahonda en lo literario hasta niveles carnavalescos (aromas de los caballeros de Sión incluidos). Al cabo, el simulador ofrece perfeccionados mecanismos de imitación de originiales documentados pero perdidos, o simplemente ideados por mentes deseosas de cuestionar la realidad con otras realidades posibles (¿por qué no?). Artesanos que envejecen la materia hasta dotarla de la dignidad que otorgamos inconscientemente a lo añejo; picaplietos que defienden con ardor sus tesis; exegetas que son capaces de imaginar toda una bibliografía crítica y un manual de autoridades para que sus pilares (siempre de barro) sueñen con ser de hierro forjado. Al final, el canon, hipócrita y retrógrado, les cierra (como es de esperar, dado su papel) sus puertas. Pero siempre quedamos los lectores, cuanto más curiosos mejor sazonados, capaces de admirar en silencio el guiño inteligente que algunos de estos falsarios (no todos) nos brindan.