Lección Inaugural del curso académico 2004-5 de la Facultad de Humanidades de la Universidad Pablo Olavide de Sevilla.
5 de noviembre de 2004
El asunto entonces es preguntarnos qué esperamos de la literatura. Ese gran papel que ejerció en la sociedad del XIX, ¿podemos esperarlo hoy?
¿Hacer ver lo que está intencionadamente escondido no es un papel caduco? ¿No acabó con Sartre y el arte comprometido? Bien, la concesión del último Premio Nobel de Literatura a la austriaca Elfried Jelinek evidencia hasta qué punto el escritor puede hoy perturbar la conciencia dormida de una sociedad nombrando sus heridas.
¿Y todo esto sirve también para la poesía? ¿También la poesía, eso que apenas ocupa estantes en las librerías, forma pareja con la sociedad? Pues veamos que también.
Hace pocos días he asistido a una lectura de poesía saharaui. Era poesía de exiliados que nombraba el sentir del individuo alejado de su tierra y era, en consecuencia poesía de un pueblo en el exilio. Los ministros de la República Saharaui que, desde los campamentos en el desierto luchan por su independencia, sin amparo de Instituto Cervantes alguno, con nuestra misma lengua, mandaban mensajes de gratitud a los poetas. Estaban dándole visibilidad a un pueblo abandonado en el pedregal del desierto, les decían. Los poetas estaban ahí dando la cara a esas palabras que hablaban de todas las caras del amor, incluido el religioso, y de todas las caras de la muerte, incluida la soledad. Y en ese acto de pública lectura, incluso el poema dedicado a un grano de arena, adquiría esa doble dimensión íntima y social que la obra de arte conlleva.
Aunque no cotice en bolsa, es evidente que para algo debe servir la poesía, me decía yo. Estos políticos saharauis cuentan con ella. Los dictadores cuando llegan al poder suelen atacar a los poetas.
© María Ángeles Maeso 2004
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid