Para  tener un cine de autor se requiere un universo social, pequeñas salas y  cinematecas que proyecten los clásicos y frecuentadas por los  estudiantes, cineclubes animados por profesores de filosofía, cinéfilos  formados en la frecuentación de dichas salas, críticos sagaces que  escriban en los Cahiers du cinéma, cineastas que hayan aprendido su  oficio viendo películas de las cuales pudieran hablar en estos Cahiers;  en pocas palabras, todo un medio social en el cual determinado cine  tiene valor, es reconocido.Son estos universos sociales los que hoy  están amenazados por la irrupción del cine comercial y la dominación de  los grandes difusores, con los cuales deben contar los productores, exc                  epto cuando ellos mismos son difusores: resultado de una  larga evolución, hoy han entrado en un proceso de involución. En ellos  se produce un retroceso: de la obra al producto, del autor al ingeniero o  al técnico que utiliza recursos técnicos, los famosos efectos  especiales, y estrellas, ambos sumamente costosos, para manipular o  satisfacer las pulsiones primarias del espectador (a menudo anticipadas  gracias a las investigaciones de otros técnicos, los especialistas en  marketing).Reintroducir el reino de lo comercial en universos que se han  constituido, poco a poco, contra él, es poner en peligro las obras más  nobles de la humanidad, el arte, la literatura e incluso la ciencia.No  creo que alguien pueda querer esto realmente. Recuerdo la célebre  fórmula platónica: Nadie es malvado voluntariamente. Pierre Bourdieu.